En mi cola de sirena, tengo impregnado el mar que me vio
abrir los ojos en su profundidad. Llevo conmigo la alegría de las olas en el
corazón y las mareas en la sangre. Yo lo llamo el ardor de la sal en cada rincón
de mi piel.
Las sirenas nos suicidamos en la arena negra del volcán.
Pero nadie nos contó jamás la historia de la burbuja en el frasco de cristal.
La de aquella ninfa acuática, que se arrancó la cola para
sentir el aire. Nunca nos dijeron el secreto de la sirena que llevaba el mecer
de las olas en su voz. A nadie se le ocurrió jamás, que su mar brotaba del
torrente sanguíneo y no solo de la espuma salada. No se le ocurrió preguntarlo, más dejó a su
cola en la profundidad atlántica.
Flotó en el cielo , el mar se invirtió para sí cuando
extendió los brazos y rozó las nubes. Podía al fin jugar con sus dedos entre los granos de arena y
los litros de agua. Nunca podría haber existido nadie tan feliz.
¿Pero y si no volvía jamás a recuperar las profundidades de
las que antes eran de ella en su amplitud? Lloró entre cristales de felicidad y
puñaladas de metal en el pecho, aunque también de bocanadas de aire puro en sus
pulmones y caricias de los árboles sobre su cabeza.
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Un escritor es,
un hombre que establece su lugar
en la utopía.
Abelardo Castillo.