Dos
desconocidos,
que
llegaron a verse.
A
rozarse en la avenida,
a
flotar en sus abrigos.
Un
regazo,
sosteniendo
a otro.
Dos
desconocidos,
solo
eran eso.
Eran
fruto,
eran
manzanas.
Eran
calor,
eran
serpientes envenenadas.
No
latía un corazón,
eran
dos desconocidos,
que
custodiaban únicamente
solo
un espacio y tiempo.
Era
un estremecer de hombros,
una
culpabilidad entera,
las
que danzaban por sus caderas.
Las
que llevaban a lo oscuro,
al
miedo más profundo.
A
caer en la piedra,
bajo
los zapatos morados.
Hipérbole
en su amplitud,
para
lo más nimio.
El
poeta vive en versos,
aunque
estén descompuestos.
El
día que me encuentres,
tendrás
que cavar hondo.
Soplar
el polvo
de la
astilla de hueso.
E incluso
sacudirme ,
haciéndome
temblar
los hombros
y el pecho.
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Gracias por decirme lo que piensas.
Un escritor es,
un hombre que establece su lugar
en la utopía.
Abelardo Castillo.